viernes, 19 de julio de 2013

El elefante encadenado

Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los
circos eran los animales. También a mí como a otros, después me enteré, me 
llamaba la atención el elefante. Durante la función, la enrome bestia hacia 
despliegue de su tamaño, peso y fuerza descomunal... pero después de su 
actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba 
sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas clavada a 
una pequeña estaca clavada en el suelo. Sin embargo, la estaca era solo un 
minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y 
aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal 
capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, 
arrancar la estaca y huir. El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces? 
¿Por qué no huye? Cuando tenía 5 o 6 años yo todavía en la sabiduría de los 
grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a algún tío por 
el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se 
escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia: -Si está 
amaestrado, ¿por qué lo encadenan? No recuerdo haber recibido ninguna 
respuesta coherente. Con el tiempo me olvide del misterio del elefante y la 
estaca... y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se 
habían hecho la misma pregunta. Hace algunos años descubrí que por suerte 
para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta: 
El elefante del circo no se escapa porque ha estado atado a una estaca 
parecida desde muy, muy pequeño. Cerré los ojos y me imaginé al pequeño 
recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel momento el 
elefantito empujó, tiró, sudó, tratando de soltarse. Y a pesar de todo su 
esfuerzo, no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se 
durmió agotado, y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al 
que le seguía... Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal 
aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Este elefante enorme y 
poderoso, que vemos en el circo, no se escapa porque cree -pobre- que NO 
PUEDE. Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia 
que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a 
cuestionar seriamente ese registro. Jamás... jamás... intentó poner a prueba su 
fuerza otra vez... 

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