lunes, 31 de marzo de 2014

La olla embarazada



Un señor le pidió una tarde a su vecino una olla prestada. El dueño de la olla no 
era demasiado solidario, pero se sintió obligado a prestarla. A los cuatro días, 
la olla no había sido devuelta, así que, con la excusa de necesitarla fue a 
pedirle a su vecino que se la devolviera. 
—Casualmente, iba para su casa a devolverla... ¡el parto fue tan difícil! 
— ¿Qué parto? 
— El de la olla. 
— ¿Qué?! 
— Ah, ¿usted no sabía? La olla estaba embarazada. 
— ¿Embarazada? 
— Sí, y esa misma noche tuvo familia, así que debió hacer reposo pero ya está 
recuperada. 
— ¿Reposo? 
— Sí. Un segundo por favor –y entrando en su casa trajo la olla, un jarrito y 
una sartén. 
— Esto no es mío, sólo la olla. 
— No, es suyo, esta es la cría de la olla. Si la olla es suya, la cría también es 
suya. 
“Este está realmente loco”, pensó, “pero mejor que le siga la corriente”. 
— Bueno, gracias. 
— De nada, adiós. 
— Adiós, adiós. 
Y el hombre marchó a su casa con el jarrito, la sartén y la olla. Esa tarde, el 
vecino otra vez le tocó el timbre. 
—Vecino, ¿no me prestaría el destornillador y la pinza? ...Ahora se sentía más 
obligado que antes. 
—Sí, claro. 
Fue hasta adentro y volvió con la pinza y el destornillador. Pasó casi una 
semana y cuando ya planeaba ir a recuperar sus cosas, el vecino le tocó la 
puerta. 
— Ay, vecino ¿usted sabía? 
— ¿Sabía qué cosa? 
— Que su destornillador y la pinza son pareja. 
— ¡No! –dijo el otro con ojos desorbitados— no sabía. 
—Mire, fue un descuido mío, por un ratito los dejé solos, y ya la embarazó. 
— ¿A la pinza? 
— ¡A la pinza!... Le traje la cría –y abriendo una canastita entregó algunos 
tornillos, tuercas y clavos que dijo había parido la pinza. 
“Totalmente loco”, pensó. Pero los clavos y los tornillos siempre venían bien. 
Pasaron dos días. El vecino pedigüeño apareció de nuevo. 
— He notado –le dijo— el otro día, cuando le traje la pinza, que usted tiene 
sobre su mesa una hermosa ánfora de oro. ¿No sería tan gentil de prestármela 
por una noche? Al dueño del ánfora le tintinearon los ojitos. 
— Cómo no –dijo, en generosa actitud, y entró a su casa volviendo con el 
ánfora perdida. 
—Gracias, vecino. 
—Adiós. 
—Adiós. 
Pasó esa noche y la siguiente y el dueño del ánfora no se animaba a golpearle 
al vecino para pedírsela. Sin embargo, a la semana, su ansiedad no aguantó y 
fue a reclamarle el ánfora a su vecino. 
— ¿El ánfora? –dijo el vecino – Ah, ¿no se enteró? 
— ¿De qué? 
— Murió en el parto. 
— ¿Cómo que murió en el parto? 
— Sí, el ánfora estaba embarazada y durante el parto, murió. 
— Dígame ¿usted se cree que soy estúpido? ¿Cómo va a estar embarazada un 
ánfora de oro? 
— Mire, vecino, si usted aceptó el embarazo y el parto de la olla. El casamiento 
y la cría del destornillador y la pinza, ¿por qué no habría de aceptar el 
embarazo y la muerte del ánfora? 

Tú, puedes elegir lo que quieras, pero no puedes ser 
independiente para lo que es más fácil y agradable, y no 
serlo en lo que es más costoso. Tu criterio, tu libertad, tu 
independencia y el aumento de tu responsabilidad vienen 
juntos con tu proceso de crecimiento. Tú decides ser adulto o permanecer pequeño.


Jorge Bucay





El pozo

Esta ciudad no estaba habitada por personas, como todas las demás ciudades 
del planeta. 
Esta ciudad estaba habitada por pozos. Pozos vivientes ...pero pozos al fin. 
Los pozos se diferenciaban entre sì, no solo por el lugar en el que estaban 
excavados sino también por el brocal (la abertura que los conectaba con el 
exterior). Había pozos pudientes y ostentosos con brocales de mármol y de 
metales preciosos; pozos humildes de ladrillo y madera y algunos otros más 
pobres, con simples agujeros pelados que se abrían en la tierra. 
La comunicación entre los habitantes de la ciudad era de brocal a brocal y las 
noticias cundían rápidamente, de punta a punta del poblado. 
Un día llegó a la ciudad una "moda" que seguramente había nacido en algún 
pueblito humano: La nueva idea señalaba que todo ser viviente que se precie 
debería cuidar mucho más lo interior que lo exterior. Lo importante no es lo 
superficial sino el contenido. 
Así fue como los pozos empezaron a llenarse de cosas. Algunos se llenaban de 
cosas, monedas de oro y piedras preciosas. Otros, más prácticos, se llenaron 
de electrodomésticos y aparatos mecánicos. Algunos más optaron por el arte y 
fueron llenándose de pinturas , pianos de cola y sofisticadas esculturas 
posmodernas. Finalmente los intelectuales se llenaron de libros, de manifiestos 
ideológicos y de revistas especializadas. 
Pasó el tiempo. 
La mayoría de los pozos se llenaron a tal punto que ya no pudieron incorporar 
nada más. 
Los pozos no eran todos iguales así que , si bien algunos se conformaron, hubo 
otros que pensaron que debían hacer algo para seguir metiendo cosas en su 
interior... 
Alguno de ellos fue el primero: en lugar de apretar el contenido, se le ocurrió 
aumentar su capacidad ensanchándose. No pasó mucho tiempo antes de que la idea fuera imitada, todos los pozos 
gastaban gran parte de sus energías en ensancharse para poder hacer más 
espacio en su interior. 
Un pozo, pequeño y alejado del centro de la ciudad, empezó a ver a sus 
camaradas ensanchándose desmedidamente. El pensó que si seguían 
hinchándose de tal manera , pronto se confundirían los bordes y cada uno 
perdería su identidad... 
Quizás a partir de esta idea se le ocurrió que otra manera de aumentar su 
capacidad era crecer, pero no a lo ancho sino hacia lo profundo. Hacerse más 
hondo en lugar de más ancho. 
Pronto se dio cuenta que todo lo que tenia dentro de él le imposibilitaba la 
tarea de profundizar. Si quería ser más profundo debía vaciarse de todo 
contenido... 
Al principio tuvo miedo al vacío, pero luego , cuando vio que no había otra 
posibilidad, lo hizo. 
Vacío de posesiones, el pozo empezó a volverse profundo, mientras los demás 
se apoderaban de las cosas de las que él se había deshecho... 
Un día , sorpresivamente el pozo que crecía hacia adentro tuvo una sorpresa: 
adentro, muy adentro , y muy en el fondo encontró agua!!!. 
Nunca antes otro pozo había encontrado agua... 
El pozo superó la sorpresa y empezó a jugar con el agua del fondo, 
humedeciendo las paredes, salpicando los bordes y por último sacando agua 
hacia fuera. 
La ciudad nunca había sido regada más que por la lluvia, que de hecho era 
bastante escasa, así que la tierra alrededor del pozo, revitalizada por el agua, 
empezó a despertar. 
Las semillas de sus entrañas, brotaron en pasto , en tréboles, en flores, y en 
troquitos endebles que se volvieron árboles después... 
La vida explotó en colores alrededor del alejado pozo al que empezaron a 
llamar "El Vergel". 
Todos le preguntaban cómo había conseguido el milagro. -Ningún milagro- 
contestaba el Vergel- hay que buscar en el interior, hacia lo profundo... Muchos 
quisieron seguir el ejemplo del Vergel, pero desandaron la idea cuando se 
dieron cuenta de que para ir más profundo debían vaciarse. 
Siguieron ensanchándose cada vez más para llenarse de más y más cosas... 
En la otra punta de la ciudad, otro pozo, decidió correr también el riesgo del 
vacío... 
Y también empezó a profundizar... 
Y también llegó al agua... 
Y también salpicó hacia fuera creando un segundo oasis verde en el pueblo... 
-¿Qué harás cuando se termine el agua?- le preguntaban. -No sé lo que 
pasará- contestaba- Pero, por ahora, cuánto más agua saco , más agua hay. 
Pasaron unos cuantos meses antes del gran descubrimiento. 
Un día, casi por casualidad, los dos pozos se dieron cuenta de que el agua que 
habían encontrado en el fondo de sì mismos era la misma...Que el mismo río 
subterráneo que pasaba por uno inundaba la profundidad del otro. Se dieron cuenta de que se abría para ellos una nueva vida. No sólo podían 
comunicarse, de brocal a brocal, superficialmente , como todos los demás, sino 
que la búsqueda les había deparado un nuevo y secreto punto de contacto: 
La comunicación profunda que sólo consiguen entre sí, aquellos que tienen el 
coraje de vaciarse de contenidos y buscar en lo profundo de su ser lo que 
tienen para dar... 
Jorge Bucay

lunes, 24 de marzo de 2014

Sin nombre

 Un señor muy creyente sentía que estaba cerca de recibir una luz que le 
iluminara el camino que debía seguir. Todas las noches, al acostarse, le pedía a 
Dios que le enviara una señal sobre cómo tenía que vivir el resto de su vida. 
Así anduvo por la vida, durante dos o tres semanas en un estado semimístico buscando recibir una señal divina. 
Hasta que un día, paseando por un bosque, vió a un cervatillo caído, 
tumbado, herido, que tenía una pierna medio rota. Se quedó mirándolo y de 
repente vió aparecer a un puma. La situación lo dejó congelado; estaba a 
punto de ver cómo el puma, aprovechándose de las circunstancias, se comía al 
cervatillo de un sólo bocado. 

Entonces se quedó mirando en silencio, temeroso también de que el 
puma, no satisfecho con el cervatillo, lo atacara a él. Sorpresivamente, vio al 
puma acercarse al cervatillo. Entonces ocurrió algo inesperado: en lugar de 
comérselo, el puma comenzó a lamerle las heridas. 
Después se fue y volvió con unas pocas ramas humedecidas y se las 
acercó al cervatillo con la pata para que éste pudiera beber el agua; y después 
se fue y trajo un poco de hierba húmeda y se la acercó para que el cervatillo 
pudiera comer. 
Increíble. 
Al día siguiente, cuando el hombre volvió al lugar, vió que el cervatillo 
aún estaba allí, y que el puma otra vez llegaba para alimentarlo, lamerle las 
heridas y darle de beber. 
El hombre se dijo: 
Esta es la señal que yo estaba buscando, es muy clara. "Dios se ocupa de 
proveerte de lo que necesites, lo único que no hay que hacer es ser ansioso y 
desesperado corriendo detrás de las cosas". 
Así que agarró su atadito, se puso en la puerta de su casa y se quedó ahí 
esperando que alguien le trajera de comer y de beber. 
Pasaron dos horas, tres, seis, un día, dos días, tres días... pero nadie le 
daba nada. 
Los que pasaban lo miraban y él ponía cara de pobrecito imitando al 
cervatillo herido, pero no le daban nada. 
Hasta que un día pasó un señor muy sabio que había en el pueblo y el pobre 
hombre, que estaba muy angustiado, le dijo: 
- Dios me engañó, me mandó una señal equivocada para hacerme creer 
que las cosas eran de una manera y eran de otra. ¿Por qué me hizo ésto? Yo 
soy un hombre creyente... 
Y le contó lo que había visto en el bosque. 
El sabio lo escuchó y luego dijo: 
- Quiero que sepas algo. Yo también soy un hombre muy creyente. 
Dios no manda señales en vano. Dios te mandó esa señal para que 
aprendieras. 
El hombre le preguntó: 
- ¿Por qué me abandonó? 
Entonces el sabio le respondió: 
- ¿Qué haces tú, que eres un puma fuerte y listo para luchar, 
comparándote con el cervatillo? 
Tu lugar es buscar algún cervatillo a quien ayudar, encontrar a alguien 
que no pueda valerse por sus propios medios. 


Jorge Bucay