miércoles, 10 de julio de 2013

El buscador

Esta es la historia de un hombre al que yo definiría como buscador
Un buscador es alguien que busca. No necesariamente es alguien que 
encuentra. Tampoco esa alguien que sabe lo que está buscando. Es 
simplemente para quien su vida es una búsqueda. 
Un día un buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. Él había 
aprendido a hacer caso riguroso a esas sensaciones que venían de un lugar 
desconocido de sí mismo, así que dejó todo y partió. Después de dos días de 
marcha por los polvorientos caminos divisó Kammir, a lo lejos. Un poco antes 
de llegar al pueblo, una colina a la derecha del sendero le llamó la atención. 
Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros 
y flores encantadoras. La rodeaba por completo una especie de valla pequeña 
de madera lustrada… Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar. De pronto 
sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un 
momento en ese lugar. El buscador traspaso el portal y empezó a caminar 
lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, 
entre los árboles. Dejó que sus ojos eran los de un buscador, quizá por eso 
descubrió, sobre una de las piedras, aquella inscripción … “Abedul Tare, vivió 8 
años, 6 meses, 2 semanas y 3 días”. Se sobrecogió un poco al darse cuenta de 
que esa piedra no era simplemente una piedra. Era una lápida, sintió pena al 
pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en ese lugar… Mirando 
a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado, también 
tenía una inscripción, se acercó a leerla decía “Llamar Kalib, vivió 5 años, 8 
meses y 3 semanas”. El buscador se sintió terrible mente conmocionado. Este 
hermoso lugar, era un cementerio y cada piedra una lápida. Todas tenían 
inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto, pero 
lo que lo contactó con el espanto, fue comprobar que, el que más tiempo había 
vivido, apenas sobrepasaba 11 años. Embargado por un dolor terrible, se sentó 
y se puso a llorar. El cuidador del cementerio pasaba por ahí y se acercó, lo 
miró llorar por un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún 
familiar. 
- No ningún familiar – dijo el buscador - ¿Qué pasa con este pueblo?, ¿Qué 
cosa tan terrible hay en esta ciudad? ¿Por qué tantos niños muertos enterrados 
en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que lo 
ha obligado a construir un cementerio de chicos?. 
El anciano sonrió y dijo: -Puede usted serenarse, no hay tal maldición, lo que 
pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré: cuando un joven 
cumple 15 años, sus padres le regalan una libreta, como esta que tengo aquí, 
colgando del cuello, y es tradición entre nosotros que, a partir de allí, cada vez 
que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella: a la 
izquierda que fu lo disfrutado…, a la derecha, cuanto tiempo duró ese gozo. ¿ 
Conoció a su novia y se enamoró de ella? ¿Cuánto tiempo duró esa pasión 
enorme y el placer de conocerla?…¿Una semana?, dos?, ¿tres semanas y 
media?… Y después… la emoción del primer beso, ¿cuánto duró?, ¿El minuto y 
medio del beso?, ¿Dos días?, ¿Una semana? … ¿y el embarazo o el nacimiento 
del primer hijo? …, ¿y el casamiento de los amigos…?, ¿y el viaje más 
deseado…?, ¿y el encuentro con el hermano que vuelve de un país 
lejano…?¿Cuánto duró el disfrutar de estas situaciones?… ¿horas?, ¿días?… Así 
vamos anotando en la libreta cada momento, cuando alguien se muere, es 
nuestra costumbre abrir su libreta y sumar el tiempo de lo disfrutado, para 
escribirlo sobre su tumba. Porque ese es, para nosotros, el único y verdadero 
tiempo vivido. 

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