lunes, 24 de marzo de 2014

Sin nombre

 Un señor muy creyente sentía que estaba cerca de recibir una luz que le 
iluminara el camino que debía seguir. Todas las noches, al acostarse, le pedía a 
Dios que le enviara una señal sobre cómo tenía que vivir el resto de su vida. 
Así anduvo por la vida, durante dos o tres semanas en un estado semimístico buscando recibir una señal divina. 
Hasta que un día, paseando por un bosque, vió a un cervatillo caído, 
tumbado, herido, que tenía una pierna medio rota. Se quedó mirándolo y de 
repente vió aparecer a un puma. La situación lo dejó congelado; estaba a 
punto de ver cómo el puma, aprovechándose de las circunstancias, se comía al 
cervatillo de un sólo bocado. 

Entonces se quedó mirando en silencio, temeroso también de que el 
puma, no satisfecho con el cervatillo, lo atacara a él. Sorpresivamente, vio al 
puma acercarse al cervatillo. Entonces ocurrió algo inesperado: en lugar de 
comérselo, el puma comenzó a lamerle las heridas. 
Después se fue y volvió con unas pocas ramas humedecidas y se las 
acercó al cervatillo con la pata para que éste pudiera beber el agua; y después 
se fue y trajo un poco de hierba húmeda y se la acercó para que el cervatillo 
pudiera comer. 
Increíble. 
Al día siguiente, cuando el hombre volvió al lugar, vió que el cervatillo 
aún estaba allí, y que el puma otra vez llegaba para alimentarlo, lamerle las 
heridas y darle de beber. 
El hombre se dijo: 
Esta es la señal que yo estaba buscando, es muy clara. "Dios se ocupa de 
proveerte de lo que necesites, lo único que no hay que hacer es ser ansioso y 
desesperado corriendo detrás de las cosas". 
Así que agarró su atadito, se puso en la puerta de su casa y se quedó ahí 
esperando que alguien le trajera de comer y de beber. 
Pasaron dos horas, tres, seis, un día, dos días, tres días... pero nadie le 
daba nada. 
Los que pasaban lo miraban y él ponía cara de pobrecito imitando al 
cervatillo herido, pero no le daban nada. 
Hasta que un día pasó un señor muy sabio que había en el pueblo y el pobre 
hombre, que estaba muy angustiado, le dijo: 
- Dios me engañó, me mandó una señal equivocada para hacerme creer 
que las cosas eran de una manera y eran de otra. ¿Por qué me hizo ésto? Yo 
soy un hombre creyente... 
Y le contó lo que había visto en el bosque. 
El sabio lo escuchó y luego dijo: 
- Quiero que sepas algo. Yo también soy un hombre muy creyente. 
Dios no manda señales en vano. Dios te mandó esa señal para que 
aprendieras. 
El hombre le preguntó: 
- ¿Por qué me abandonó? 
Entonces el sabio le respondió: 
- ¿Qué haces tú, que eres un puma fuerte y listo para luchar, 
comparándote con el cervatillo? 
Tu lugar es buscar algún cervatillo a quien ayudar, encontrar a alguien 
que no pueda valerse por sus propios medios. 


Jorge Bucay

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